DEBORAH WETZEL

Diario Valor Econômico

4 de noviembre de 2013

 

Durante décadas e incluso siglos, la desigualdad y la pobreza han ido de la mano en Brasil, producto de modelos de crecimiento no inclusivos y de políticas sociales regresivas. En la segunda mitad del siglo XX, Brasil estuvo entre los más desiguales del mundo, razón por la que los economistas crearon expresiones como «Belíndia: una sociedad con la prosperidad del tamaño de la pequeña Bélgica cercado por un mar de pobreza india». Durante muchos años, el 60 % más miserable de la población detenía solo el 4 % de la riqueza, mientras que el 58 % estaba en manos del 20 % más rico.

Hace diez años, el presidente Lula inició el innovador programa Bolsa Familia, intensificando y administrando diversas iniciativas dispersas bajo un concepto sencillo, pero poderoso: otorgar a familias pobres transferencias de pequeñas cuantías de dinero a cambio de que mantuvieran a sus hijos en la escuela y con seguimiento médico regular.

El programa fue recibido con un notable escepticismo, pues Brasil seguía siendo tradicionalmente un gran inversor en el sector social, con la inversión del 22 % del PIB en educación, salud, protección y seguridad social. Una de las analogías que utilizaron algunos académicos era que tirar dinero desde un helicóptero sería tan eficiente como llegar a la población más pobre, debido a la frustración brasileña por la falta de resultados. ¿Cómo iba a cambiar el Bolsa Familia, con un 0,5 % del PIB, esa situación sombría?

La desigualdad en los ingresos se redujo a un índice de Gini de 0,527, que corresponde a una reducción del 15 %

Diez años después, el Bolsa Familia resultaría clave para disminuir en más de la mitad la pobreza en Brasil, del 9,7 al 4,3 % de la población. Lo más impresionante, en contraste con otros países, es que la desigualdad de ingresos también se redujo de manera considerable, situándose en un índice de Gini de 0,527, lo que corresponde a una enorme reducción del 15 %. Actualmente, el Bolsa Familia beneficia a unos 14 millones de familias y 50 millones de personas, lo que supone la cuarta parte de la población, y se considera ampliamente una historia de éxito, un punto de referencia para la política social en el mundo.

Asimismo, importantes estudios cualitativos destacaron de qué forma la transferencia regular de dinero del programa ha ayudado a promover la dignidad y autonomía entre los pobres. Eso es particularmente cierto para las mujeres, que suponen más del 90 % de los beneficiarios.

Además del impacto inmediato en la pobreza, otra meta central del programa era romper el ciclo de transmisión de la pobreza de padres a hijos gracias a un aumento de oportunidades para las nuevas generaciones, con más educación y salud. Las evaluaciones acerca del progreso de esa meta exigen un monitoreo a largo plazo, pero los resultados hasta la fecha son bastante prometedores. El programa aumentó la frecuencia escolar y la progresión entre cursos escolares.

Por ejemplo, las oportunidades de una joven de 15 años de estar en la escuela aumentaron al 21 %. Los niños y las familias están mejor preparados para estudiar y aprovechar oportunidades, con más visitas en la atención prenatal, mayor cobertura de vacunación y reducción en la mortalidad infantil. La pobreza continúa proyectado su sombra sobre las próximas generaciones, pero los resultados no dejan lugar a dudas respecto a que el Bolsa Familia ha mejorado las expectativas para generaciones de niños. A la vez, no se hicieron realidad los temores sobre posibles consecuencias colaterales, como una posible reducción de incentivos al trabajo. En realidad, el aumento de la renta del trabajo ha sido otro factor crítico en la reducción de la pobreza y la desigualdad en Brasil durante ese periodo.

El Registro Único es la herramienta esencial que permitió que el programa Bolsa Familia lograra ese marco de éxito, siendo capaz de dirigir sus intervenciones directamente a los más pobres. Hoy constituye la base de programas sociales, pues suministra los datos al sistema que procesa millones de pagos mensuales para los beneficiados, permite ajustes rápidos y la ampliación de beneficios con esfuerzos adicionales, tales como el reciente programa «Brasil Cariñoso». Por medio de una administración eficiente y una orientación adecuada, el Bolsa Familia alcanzó un gran objetivo a un costo muy bajo (cerca del 0,6 % del PIB) y construyó la base para programas ambiciosos como el «Brasil sin Miseria» y el «Búsqueda activa», que incluirá a los que aún no han sido beneficiados.

La experiencia brasileña está mostrando el camino para el resto del mundo. A pesar del poco tiempo transcurrido desde su creación, el programa ha ayudado a estimular un aumento de los programas de transferencia condicionada de renta en América Latina y en todo el mundo —tales programas existen actualmente en más de 40 países—. Solo en el año pasado, más de 120 delegaciones visitaron Brasil para aprender sobre el Bolsa Familia. El Banco Mundial es un asociado del programa desde el principio; estamos aprendiendo con él y contribuyendo a su difusión.

Nuestras nuevas metas globales para erradicar la pobreza extrema hasta 2030 e impulsar la prosperidad compartida se inspiraron en la experiencia brasileña. Otra etapa concreta de esta alianza fue el desarrollo de la «Iniciativa de Aprendizaje en Brasil para Un Mundo Sin Pobreza» (WWP), firmada recientemente en Brasilia en colaboración con el Ministerio del Desarrollo Social, el Ipea y el Centro de Política Internacional del PNUD. La iniciativa apoyará innovaciones y el aprendizaje continuo basado en la experiencia de la política social brasileña.

La meta final para cualquier programa social es que su éxito lo haga innecesario. Brasil está bien situado para conservar sus conquistas de la última década y está cerca de alcanzar la increíble hazaña de erradicar la pobreza y el hambre de todos los brasileños, algo que justifica su celebración.

Deborah Wetzel es directora del Banco Mundial para Brasil y doctora en Economía por la Universidad de Oxford (Inglaterra).