En el último decenio, programas de transferencia monetaria semejantes al Bolsa Familia fueron creados en más de 30 países.
Brasil, 21 de septiembre de 2014 – En el último decenio, programas de transferencia monetaria semejantes al Bolsa Familia fueron creados en más de 30 países, beneficiando a casi 150 millones de personas. Instituciones internacionales como el Banco Mundial y la Organización de las Naciones Unidas (ONU) pasaron a financiar la ejecución de varios de estos programas, y, según especialistas, los resultados son positivos.
Ahora, tanto en el extranjero como en Brasil, el reto es pensar el próximo paso: permitir que las familias beneficiadas dependan cada vez menos de esas ayudas. Para el Banco Mundial, iniciativas como esas han ayudado a reducir la desigualdad, pero no son la «panacea» que pondrá fin a la pobreza.
Según la ONU, la oleada de programas de esa naturaleza fue fundamental para avanzar de manera significativa en uno de los Objetivos del Milenio, el de reducción de la pobreza, principalmente en América Latina.
En este continente, como señala un estudio de la ONU, se implementaron programas equivalentes al Bolsa Familia en 18 países, con un total de 113 millones de personas beneficiadas. Esta es la región donde más ha proliferado la iniciativa, y el número de registrados representa el 19 % de la población.
Sumados, esos programas cuestan el equivalente a 0,4 % del Producto Interno Bruto (PIB) de la región, según estima el estudio. El valor de la ayuda en general oscila entre US$ 5 y US$ 35 por niño o niña.
Un estudio de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal)concluyó que, a pesar de los debates, la realidad es que estos programas consiguieron «conectar a las familias más pobres e indigentes con el sistema más amplio de protección social».
Dicho estudio rechazó la tesis a menudo citada por los críticos —que en ella advierten asistencialismo— de que el reparto de dinero ha inducido muchos adultos a dejar de buscar empleo. Sin embargo, señala dos limitaciones: la primera es que, no obstante el reparto de dinero en algunos países, las escuelas en las que fueron matriculados niños y niñas no estaban preparadas para recibir a los alumnos; la segunda, que en los países más pobres los programas solo alcanzaron a una pequeña parcela de las familias que viven en situación de pobreza extrema. Las transferencias monetarias no bastaron para sacarlos de esa condición.
Requisitos. Además de la experiencia brasileña —la más celebrada de todas—, en América Latina también ha llamado la atención de la ONU el programa Chile Solidario, que asegura un ingreso para las familia que cumplan una serie de requisitos. Para recibir la ayuda, las familias tienen que comprometerse, mediante la suscripción de un contrato, a cumplir un 70 % de los 53 criterios que establece el programa. Creada en 2002, la iniciativa es considerada «ejemplar» por el Banco Mundial.
También en ese año, Colombia lanzó la iniciativa Familias en Acción y, en México, el programa Oportunidades comenzó a otorgar ayudas económicas a las familias que mantenían a sus niños en la escuela.
En 2008, Guatemala creó el programa Mi Familia Progresa, camino que luego siguió Panamá. En el Perú, el programa Juntos no solo requiere que las madres lleven a sus hijos a la escuela, sino también que se sometan a exámenes médicos regulares.
No todas estas iniciativas tuvieron una vida larga. En Nicaragua, la iniciativa fue abortada porque el gobierno no consiguió establecer escuelas y centros de salud suficientes para atender a las personas que recibían el subsidio.
Aun en el caso mexicano, el programa llegó a enfrentar serios problemas operativos derivados de la incapacidad de las familias que vivían en sitios aislados para mantener a sus hijos en las escuelas distantes de sus hogares y cumplir con las visitas a centros médicos apartados.
En Asia y África, muchos gobiernos también introdujeron las transferencias monetarias. En 2007, Indonesia adoptó un programa encaminado a reducir la pobreza y la mortalidad infantil. En Filipinas, el programa se extendía a la familias con niños de hasta 14 años, fórmula que también implementaron Paquistán y Camboya, en 2005. Turquía y Egipto siguieron el mismo camino y, en Marruecos, un plan lanzado en 2007 pronto se extendió a 160 mil familias.
En el caso de los países asiáticos, la medida no se inspiró en Brasil sino en el gobierno de Bangladesh, que en 1994 comenzó un otorgar bono a las familias cuyas niñas frecuentaran la escuela y no se casaran antes de los 16 años.
El Banco Mundial concluye que la oleada de programas como el Bolsa Familia representa una «innovación» en la lucha contra la pobreza. Según el banco, las iniciativas, cuando fueron bien administradas, dieron resultados.
Sin embargo, la entidad advierte que los gobiernos no pueden suponer que tales iniciativas sean soluciones permanentes. «Estos programas no son una panacea contra la exclusión social, y sus limitaciones deben ser reconocidas y enfrentadas», indica un amplio estudio del banco sobre el tema.
«Habrá que llevar a cabo reformas más amplias del sistema de protección social para enfrentar los problemas más fundamentales de la exclusión en la mayoría de los países de ingresos medios, y los programas de transferencias monetarias tal vez no sean apropiados en muchos de los escenarios», advirtió.
Fuente: Jamil Chade, del diario brasileño O Estado de S. Paulo.