*Artículo La pobreza es cuestión de método, escrito por Andrea Maussa y publicado en la Revista Semana, edicción «Saliendo adelante» de especiales regionales.
En la última década, Brasil ha diseñado los programas sociales más eficientes de la región. Hoy enfrenta un desafío: mejorar las condiciones de una clase media cada vez más exigente.
Texto: Andrea Maussa Acuña
Foto: Ubirajara Machado/MDS
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Delci Lutz. Foto: Ubirajara Machado/MDS

Delci Lutz tiene 49 años, vive en la ciu-dad de Novo Hamburgo – que pertenece al estado de Río Grande del Sur (Brasil) – y es madre soltera de dos hijos. Su historia es una más de las 252.000 que se entretejen en silencio en la ‘ciudad nacional del calzado’, pero hoy es un ejemplo de superación de la pobreza reconocido en todo el país.
En 2013 creó su propio negocio, donde confecciona trajes para espectáculos y vestidos de gala. La oportunidad de constituir su empresa llegó con el Programa Nacional para el Acceso a la Educación Técnica y Empleo (Pronatec) en 2012. Estudió diseño de moda y calzado, y posteriormente se vinculó al Servicio Brasileño de Apoyo a las Micro y Pequeñas empresas (Sebrae), que ha permitido el nacimiento de 8,5 millones de pequeños negocios en ese país.
En 2012, los ingresos de Delci no superaban los 290.000 pesos mensuales. Pero hoy su salario varía entre los 1.500 y 2.000 BRL, es decir, entre 1.227.000 y 1.462.000 pesos. Ese aumento se debe a que la producción de sus trajes creció de forma significativa en el último año, al punto de que en noviembre pasado adquirió dos máquinas industriales para cumplir la alta demanda de las fiestas decembrinas.
Hoy, su nombre está grabado en los reportes del Ministerio de Desarrollo Social y Combate al Hambre (MDS), entidad encargada de programas estatales, como Bolsa Familia, que buscan mejorar las condiciones de vida de 2,8 millones de brasileños que hoy ya reciben ingresos económicos producto de su propio trabajo.
Ella hace parte de este programa nacido bajo el gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva. Desde entonces, 13,8 millones de familias, casi 50 millones de personas, cuentan con una tarjeta que los acredita como beneficiarios.
Según el Banco Mundial (BM), en la última década, Brasil redujo su índice de pobreza de 43 a 24 por ciento y Bolsa Familia ha sido responsable del 28 por ciento del total de esa reducción, como lo indica el Instituto Brasileño de Análisis Sociales y Económicas (Ibase). Además, de los países en vía de desarrollo, Brasil es el único que tiene el índice de pobreza extrema en el 4 por ciento y está a punto de cumplir uno de los desafíos más grandes, propuestos por el BM: reducir la proporción de personas que viven en condiciones de miseria a 3 puntos porcentuales para 2030.
Patricia Vieira da Costa, directora de relaciones institucionales de la Secretaría especial para la Erradicación de la Pobreza Extrema del MDS, explica que esta política es sobre todo un pacto social. “El gobierno transfiere los ingresos y las familias cumplen con los requisitos de salud y educación. En promedio, un grupo familiar pobre recibe 140 reales mensuales (112.000 pesos) y los que son extremamente pobres, 240 reales (192.000 pesos)”, dice. Cada dos meses el gobierno central recibe información de las instituciones educativas para medir la frecuencia de asistencia a la escuela y exámenes prenatales de las mujeres embarazadas, calendario de vacunas y tratamientos nutricionales de los niños para verificar sus condiciones de salud.
Pero Bolsa Familia es solo una cara de la moneda. Según los expertos, y la propia Vieira, el mayor acierto fue crear el Cadastro Único, un sistema de registro con información de 20 millones de familias de bajos ingresos que ha permitido vincularlos a diversos programas de asistencia social, si se tiene en cuenta que una persona es pobre en Brasil cuando su ingreso mensual es menor a 140 BRL (112.000 pesos) y es extrema-mente pobre cuando recibe menos de 70 BRL (57.000 pesos).
Francisco Ochoa, especialista en protección social del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) en Brasil, asegura que este instrumento es efectivo. “Permite hacer un diagnóstico de las condiciones de cada familia a escala federal, estatal, municipal e incluso de barrios. El sistema se actualiza cada dos años, para que familias que no deberían recibir el subsidio o que antes no eran pobres puedan incorporarse rápidamente”.
Además, Cadastro Único hizo posible uno de los objetivos más ambiciosos del gobier-no brasileño en los últimos tres años: disminuir drásticamente el índice de pobreza extrema que en 2012 era de 16 millones de personas. Así nació una nueva iniciativa: Brasil sin miseria. “Lo que hizo este programa fue tomar a las familias de Bolsa Familia extremamente pobres y darles un suplemento de ingresos mayores. Además, adaptó las políticas de empleo a un nuevo público: personas que superan la pobreza y son parte de la clase media”, agrega Ochoa.
Así mismo, permitió que programas de educación técnica y comercial se acomodaran a las economías regionales y fomentaran programas de microemprendimiento para trabajadores rurales. Esto les permite ingresar y mantenerse en el mercado la-boral, que es lo más importante.
Sin embargo, “Brasil es un país difícil de explicar” – como lo dijo el sociólogo brasileño y experto en movimientos sociales Rudá Ricci – y mientras los índices de pobreza disminuyeron notablemente en la última década, el descontento social aumentó. Prueba de ello fueron las protestas generalizadas que se desataron en mayo del año pasado y que estuvieron protagonizadas por jóvenes de clase media, sin propaganda o filiación política aparente.
Estas huelgas que iniciaron como un reclamo por el aumento en las tarifas del transporte público se convirtieron en el escenario propicio para expresar una extensa lista de inconformidades: los 11.000 millones de dólares invertidos en el Mundial, la corrupción, la delincuencia y la mala calidad en salud y educación. MDS
Una encuesta realizada por el Pew Research Center evidenció además que la principal preocupación de los brasileños está centrada en la economía de su país – que a pesar de ser una de las principales del mundo y hacer parte de las naciones emergentes más poderosas del planeta (Brics) –, se ha desacelerado en los últimos tres años.
Hoy, los retos son tan notables como los resultados y así lo advierte el BM en su informe más reciente. “Si bien el país eli-minó casi por completo la pobreza extrema en la última década, 18 millones de brasileños aún viven en condiciones de pobreza, un tercio de la población no consiguió acceder a la clase media y se mantiene vulnerable económicamente”.
Una región que avanza
Brasil tiene los resultados más significativos, pero no es un caso aislado. La situación económica de América Latina – que se tornó favorable desde el año 2000 – explica gran parte de los logros alcanzados por los países de la región. El denominado commodity boom, que en su momento permitió un aumento en los precios de las materias primas (como los metales básicos y el petróleo) influyó de manera importante en la reducción de pobreza.
Además de Brasil, se destacan otros países de la región. Eduardo Ortiz Juárez, investigador asociado del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (Pnud), explica que de 2003 a 2012, Perú llevó esta tasa del 50,5 al 26 por ciento mientras que Ecuador la bajó del 51,4 al 29,5 por ciento en el mismo periodo.
Los ingresos laborales explican dos tercios del total de la reducción de la pobreza y alrededor del 45 por ciento de la disminución de la desigualdad. Y todo indica que los vientos a favor se mantendrán. Según las proyecciones del Banco Mundial: la proporción de hogares que vivirá en pobreza extrema en 2030 será del 3,1 por ciento, una tasa inferior al 4,6 por ciento registrada en 2011.